Lea atentamente. Obsérvese de modo de tomar conciencia acerca de sus propias actitudes habituales; converse al respecto con otros adultos a su alrededor: familia, colegas y directivos en la escuela, para la adopción de una filosofía conjunta, la puesta en marcha de un plan de acción y su supervisión periódica
• Acomode la estimulación externa (las exigencias) a las posibilidades del niño según su edad madurativa.
No pida peras al olmo.
• No ridiculice, no menosprecie, no descalifique, mucho menos ante terceras personas.
• Tienda a la rutina: Lo conocido tranquiliza. Ponga orden y organización en el ambiente y en las situaciones.
La vida es más tranquila si es previsible.
• Resalte los aspectos positivos de su personalidad. Busque activamente sus aspectos positivos.
Haga una lista de ellos y no pierda oportunidad de valorarlo.
• Dé responsabilidades que esté seguro que el niño podrá cumplir.
No vaya más allá, pero tampoco deje de pedirle lo que sí puede dar, coma otra forma de valorarlo.
• Transforme los malos momentos en momentos de humor.
Recuerde que en ningún caso un niño tiene síntomas a propósito.
• Respete motivaciones, intereses y sentimientos del niño. Dése tiempo para escucharlo y para captar sus sentimientos.
Un adulto apurado no es tranquilizador para nadie.
• Combine con el niño la resolución de sus problemas. Hágalo partícipe del manejo de sí mismo
(pero nunca único responsable, porque no lo es).
• No lo sobreproteja; no haga para él lo que él puede hacer.
Pero protéjalo, ayúdelo en lo que él le pide o cuando notoriamente es incapaz.
• Háblele de los sentimientos de usted en relación con la conducta de él,
pero no moralice ni apele a figuras de autoridad (la directora, papá, el doctor, Dios).
• Tómese tiempo y piense cuáles serán los sentimientos del niño.
Trate de comprenderlo como persona y no como fábrica de conductas.
• Ayude al niño a expresar sus emociones, verbalmente o no (por medio del gesto, la dramatización, la mímica, la plástica, la charla, el juego). Dense tiempo.
• Cuéntele verbalmente cuáles son las emociones quo usted ha detectado en él.
Tranquiliza confirmar que el adulto ha entendido.
• Dé consignas claras, simples y cumplibles. No lo llene de órdenes complejas que puedan confundirlo.
• No amenace, no grite, no castigue, no vapulee físicamente, ni aconseje a otros que lo hagan.
Esos no son límites, sino coartaciones. Si no sabe hacer otra cosa que esto, consulte ya.
• No confunda libertad con libertinaje: Es bueno que haga todo lo que quiere y puede, pero dentro de las normas establecidas.
• No culpe, no compare.
• Demuéstrele su afecto de todas las maneras posibles. Usted ya sabe que lo quiere; pero él duda de que sea querible. Mímelo y abrácelo cada vez que pueda; tómese el tiempo para rubricar su amor por él.
• Revise su máximo objetivo: ¿felicidad o rendimiento?

En base a Wernicke, C.G.:

- Qué hacer ante el niño inquieto. Tiempo de Integración año IV N° 16, Buenos Aires 1990
- El niño inquieto y el Trastorno de la Atención. Eduterapia Vol. 2 Nº 2: 41-58, Buenos Aires 1995

* Correspondiente a la Cartilla Nº 6 del Proyecto Padres Orientados